miércoles, 21 de mayo de 2008

Vuelta a casa

En el pueblo nadie se acordaba de él. Se había ido hace cincuenta años en un barco que partía de Vigo y del que nunca supo el nombre. Al partir tenía diez años y los recuerdos necesarios para atesorar de por vida.
De aquella tarde recuerda que su madre le dio un pañuelo para que sacudiera al despedirse y que prometió, mientras agitaba su mano, que más pronto que tarde volvería a su tierra.
Tardó cincuenta años, tres hijos y varios negocios en quiebra pero cumplió su promesa. Cuando pisó las playas suaves de Coruña, cada detalle de su niñez apareció frente a él y entonces vagó por las calles de antaño para pisar las baldosas que ocultaban sus viejas pisadas en la tierra, habló con vecinas y dueños de bares, hombres viejos que nada sabían de él. Que había nacido allí nadie lo recordaba, que su familia fue dueña de medio pueblo le parecía una mentira de las que, a fuerza de repeticiones, se había creído y que un día Franco desfiló por una de esas calles y él, con sus ocho años rojos, le tiró un tractor de madera parecía ahora una fantasía inventada.
Al otro día rehizo su maleta y volvió a Buenos Aires, su tierra, la de toda su vida, tres hijos, varias quiebras y baldosas gastadas por sus suelas gallegas.

sábado, 10 de mayo de 2008

Tren fantasma

Hace años que papá está sentado en la puerta de casa. Allí lo veo en las mañanas ventosas de agosto, bajo el sol abrasador del verano, escondido en la bruma siempre lenta que lo acaricia en los siempre lentos días de octubre, en el desdén de la lluvia que se repite con intermitencia los primeros días de septiembre para dejar un olor más verde a todo lo verde. Allí está papá siempre. Hace años que dejó de hablar, desde que ya no tuvo nada que decir. Sólo mira y espera. La vista fija en los viejos rieles que ahora sólo transportan las travesuras de niños que faltaron al colegio, el oído atento al sonido lejano de una locomotora que nunca volverá pasar. Allí está papá, chupando el centésimo mate del día, en el mismo lugar donde vio partir la última locomotora. Y como allí está papá, allí estoy yo, que aprovecho su silencio para quedarme en silencio. El jamás me contó, porque hace años que calla, la historia de los ferrocarriles, de cuando fueron el progreso, antes de olvidarse de este pueblo ahora en ruinas. Por eso yo nunca pregunto nada sobre aquello, por eso yo no espero nada más que a la luna que viene después del sol. Papá no me dice nada, calla y espera. A veces, a las 12:17, la hora exacta en que su tren vuelve a no pasar, tan sólo llora. pero eso es sólo a veces.

martes, 29 de enero de 2008

Reloj de arena

Leonardo no viajo sólo a Barcelona.
Viajó con ella.
Pero sus caminos se bifurcaron al poco de llegar.
O se habían separado desde hacía mucho tiempo y fue allí, lejos de todo y de todos, donde no tenían a nadie con quien aparentar ser felices que descubrieron que no sabían que estaban haciendo el uno con el otro.
Que una vez Leonardo se compró un reloj de arena para contar los momentos de felicidad de toda su vida, es algo que él, ahora, prefiere no recordar.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Reina Cristina

Desde que había dejado de trabajar le gustaba dormir hasta tarde, pero ese domingo era distinto, había elecciones presidenciales y aunque su militancia ahora se limitaba a colaborar con la secretaría de jubilados del sindicato, cada vez que había una votación era un día especial.
A las siete y cuarto ya leía los tres diarios de tirada nacional y ni siquiera pudo probar un mate de la emoción. Ahora si decía, ahora si que les rompemos el culo a los putos gorilones y cantaba en voz baja, para no despertar a su esposa: “y ya lo ve, y ya lo ve, es la gloriosa JP”. El estomago hecho un nudo, el agua de la ducha caía sobre sus hombros como cayeron, años antes, muchos de sus compañeros, decenas asesinados, muchos otros desaparecidos, y él, aún hoy con la culpa de estar vivo, con el rencor de su exilio en México, con la vergüenza de la vuelta en el 83’ para que ganara un radicheta. Pero ahora si, se repetía, ahora si que vamos a hacer la revolución peronista ¡vamos Cristina vieja y peluda nomás!
- Gorda, me voy al boliche con los muchachos y de ahí a votar. No se a que hora vuelvo, por ahí hay festejos y llego tarde, le dijo a su mujer casi en susurros porque aún dormitaba.
- pero no ves que seguís siendo el mismo pelotudo de siempre ¿todavía te crees que vas a hacer la revolución? Crecé de una vez, Tucho. Hace cuarenta años que te están usando y vos, el mismo boludo,no cambías más. Tucho, cuarenta putos años de militancia te aguante, cinco años enterrada en México y ¿qué ganaste? Ni las gracias te dieron, ni las miserables gracias.
- no te chivés gorda, esta es la última, esta vez ganamos de verdad, nosotros, la juventud maravillosa.
-andate a la mierda Tucho.
Al final Tucho se puso de mal humor y no se fue para el boliche, llamó a su madre y le dijo que después de votar pasaría por su casa.
- Es una cábala, vieja, como en el 73 con Cámpora, te acordás que me caí por ahí con los compañeros del sindicato y se reían porque vos te pusiste toda coqueta y les servías el té con masitas mientras les mostrabas mis fotos de comunión, que mal me hiciste quedar viejita, pero ahora olvidate. Y comprá masitas que los muchachos si no me matan.
Se fue a comer al lugar de siempre y, como siempre, se quejó de que el bife estaba muy crudo; al salir, apuró el paso para llegar a su antiguo colegio, donde le tocaba votar y cuando tuvo que poner el sobre en la urna, debió hacer un enorme esfuerzo para controlar el temblor de todo su cuerpo.
Decidió ir caminando hasta la casa de su madre, la casa donde nació. Antes de llegar, entró al kiosco a comprar cigarrillos pero no pudo siquiera pedirlos porque quien estaba comprando chicles de menta era Cristina, la compañera Cristina, la presidenta Cristina. Treinta años de militancia para contarle, decenas de sus compañeros muertos, otros tantos desaparecidos y nada pudo decirle, ni una palabra, se acercó a ella y lloró, una lágrima por cada muerto, todas juntas por estar vivo. Ella correspondió el abrazo y lo dejó desahogarse. Cuando terminó, sólo le dijo: tranquilo compañero, valió la pena. Tucho continuó en silencio y ella lo dejó para meterse en el coche que la esperaba en la puerta; cuando Tucho comenzaba nuevamente a llorar, ella bajo el vidrio polarizado de su ventanilla y mientras el coche iniciaba su marcha le gritó: “compañero, gracias. Gracias”
El kiosquero tuvo que salir a las corridas de detrás del mostrador: Tucho se había desplomado en el suelo con un infarto.
Cristina arrasó en la elección. En el Hospital Italiano, Tucho escuchaba el relato que su compañero de habitación le hacía al médico mientras él miraba por la ventana abierta -el aire olía a día peronista- a le gente que caminaba distraída; ninguno era uno de la decena de compañeros muertos ni tampoco uno de sus tantos desaparecidos.
- Gracias las pelotas, dijo Tucho y se tiró al vacío.

jueves, 25 de octubre de 2007

Soledad

Apenas terminó de llenar los tazones y los siete gatos se abalanzaron sobre la comida. Silvia, como cada mediodía, los retaba para que no se pelearan entre sí, les decía que había la misma cantidad para cada uno pero esta vez separó del grupo al más pequeño, San Martín, y se lo llevó al patio; cerró la puerta tras de si para que el resto de los gatos no pudieran ver que hacían ellos afuera: se puso un sombrero con forma de cono, le acercó un plato repleto de pescado y mientras él comía con desesperación ella aplaudía y le cantaba el feliz cumpleaños.
Cuando San Martin terminó, Silvia regreso a la casa y el resto de los gatos comenzaron a contonear su cuerpo entre sus piernas a cada paso que daba, a veces llegaban casi al punto de hacerla caer pero no los retaba, le gustaba sentir otro cuerpo caliente sobre el suyo.
- Bueno, basta. Ahora me dejan tranquila que me toca comer a mi y ya saben que a Santo no le gusta nada verlos en la mesa. Te dije que basta Belgrano. Rivadavia no me pongas cara de inocente si vos los incitas, mirá como se pusieron Pellegrini, Justo y Castelli. Al patio, vamos- les gritó mientras apuraba sus pasos para poner la mesa.
Ese día tocaba milanesas con papas fritas pero no pudo prepararlas. En la mesa dos platos de lentejas, dos vasos de vino, el suyo con dos dedos de soda, el de Santo sólo. Se sentó frente a la televisión y la encendió con el control remoto; estaba terminando la novela y se dio cuenta de que se había olvidado de quitar su foto del aparador, se apresuró, abrió un cajón y con cuidado colocó allí la fotografía que compartía con su difunto marido, la jovencísima directora del colegió, sus compañeras maestras, y los veinticuatro últimos alumnos que escucharon su clase de historia. Regresó a la mesa al escuchar la cortina musical del noticiario.
- buenas tardes, soy Santo Biassati y estás son las noticias, dijo el presentador.
- Hola Santo, mi amor. Mirá lo que te preparé, lentejas. Si, ya se que tocaba milanesas, pero no hice a tiempo, no te enojes. Si, está muy bien que aumenten las jubilaciones. Ay, Santo, siempre tenés razón, siempre, amor mío- ella siempre pensaba como Santo, sólo una vez se habían peleado: él dijo que no estaba de acuerdo con un paro docente y ella le contestó de todo, hasta llegó a insultarlo; no encendió la televisión por una semana, lo que duró la huelga, pero después lo perdonó y nunca más volvieron a reñir.
Conversó con él, se puso algo celosa cuando lo vio bromear con la joven perfecta conductora y cuando él se despidió hasta mañana, Silvia apagó el aparato.
- hasta mañana amor, ojo con lo que haces con esa pendeja, eh, que no soy tonta.
A media tarde se hizo un té de canela y se sentó frente a su computadora. Le había prometido a Estela, la cincuentona que alguna vez fue la jovencísima directora, que le enviaría las fotos de su fin de semana en San Clemente. A cada foto le ponía un epígrafe: “aquí estoy en Mundo Marino el viernes por la tarde” (foto de una Orca saliendo del agua y mojando al público divertido); “este es un restaurante muy bonito al que iba a desayunar” (foto del frente del restaurante), “aquí la playa” (foto de playa absolutamente vacía y el mar enorme); “bueno, chiquita mía, como verás me la pasé bomba. A ver cuando nos hacemos juntas el viajecito que tantas veces te propuse, besitos, Silvia”. Envió el e-mail y notó que en su casilla, aún le aparecían sin leer los últimos siete mensajes que le había enviado a su amiga. Pobrecita, pensó, está tan ocupada.
Luego cogió su agenda y el teléfono, pasó las hojas de la A a la Z pero no se decidió por ningún número. Marcó el 112.
- Telefónica, buenas noches mi nombre es Marcos ¿en qué le puedo ayudar?
- Hola Marcos, Soy Silvia ¿Te sale mi teléfono, no? Quería averiguar por el producto nuevo que están promocionando.
- Hay muchos productos nuevos señora Sivia, un contestador con más capacidad, planes de larga distancia, aparatos para hipoacúsicos ¿usted a cuál se refiere?
- Uy, cuantos. Que bonita voz tenés Marcos, y hablás muy bien. Tu mamá debe estar muy orgullosa ¿Sabías que yo era maestra? Tenía un alumno llamado Marcos, era muy calladito pero inteligente, eh, no te vayas a creer. Yo daba historia y…
- Señora, que producto necesita
- …estuve muchos años en el Normal 4…
- Buenas noches señora, dijo Marcos y cortó.
“Pobrecito”, pensó Silvia, “seguro que los jefes no le dejan hablar, parecía tan simpático”. Apuntó en la agenda del día siguiente: “llamar a Marcos”.

lunes, 1 de octubre de 2007

Postales

Mamá llama desde Buenos Aires, llora por teléfono y yo no se cómo explicarle por qué estoy tan lejos. Silvia pone a lavar la ropa blanca, la de color gotea en la soga. Mi hermana me manda un e-mail y me cuenta que su hijo, mi sobrino, el otro día le preguntó si Barcelona era el cielo, si en realidad su tío había muerto. En el noticiario, una moto destrozada es la imagen de un muerto que no puede mostrarse. En el MSN aparece Diego, me pregunta si estoy, no respondo, nunca respondo cuando me preguntan si estoy, si no estoy tampoco respondo, no me gusta el MSN. Mis hijos juegan a que juegan, para ellos un domingo en familia, Silvia y yo somos su única familia y todos los domingos desde que han nacido mis hijos son en familia para ellos. Le respondo a mi hermana y le digo que hable con mamá, que la veo triste y que a mi sobrino le explique que para hacer preguntas de adulto hacen falta años de preguntar tonterías. Lo llamo a Diego, miento, le explico que no estaba en el ordenador, que estaba lavando la ropa, que muy bien, me alegro por tu ascenso, yo me compré una moto. Silvia descuelga el vestido negro, antes habló con mamá y le explicó por qué estoy tan lejos. Mis hijos juegan a que es un domingo en familia aun que no sea domingo ni estén en familia. En el noticiario, una moto destrozada es la imagen de un muerto que no puede mostrarse. Mamá no llama por teléfono pero llora; mi sobrino nunca más pregunta por mí.

Desayuno

Se levantó temprano para que el desayuno fuera perfecto: el jugo de tres naranjas, tostadas recién hechas, mermelada de frambuesa, manteca, dulce de leche, dos sándwiches de miga vegetarianos (uno de queso y huevo, el otro de aceitunas), una porción de pasta frola y en un pequeño pero elegante florero una rosa que no era rosa.
Con estudiado orden, sirvió todo en una bandeja antes de llevarlo a la habitación; para él, sólo un café en una enorme tasa con la marca de una empresa que lo despidió con la velocidad de quien toma el desayuno. Trató de no hacer ruido hasta llegar a la cama, allí se acomodó, levantó las sábanas y como hace tantos años ya, se dio cuenta de que nadie dormía allí. Una vez más, se quedó mirando el hueco de la cama que no llegó a formarse.
Cuando tomó el café ya estaba frío y las moscas aun rondaban la cena de anoche.

viernes, 7 de septiembre de 2007

La forma en que se fue

Se fue de noche, muy de noche, esas en donde si hay luna ya no la miras, y si pestañeas con fuerza amanece a tu espalda, a la hora de las miradas perdidas en cuerpos extraviados, así se fue.

Los pocos recuerdos que no tendré, ella los guardó entre lágrimas insonoras en una maleta de cuero, dedos finos que entraban y salían de la cremallera de la maleta como un bisturí, así se fue, así se disecciona un recuerdo.

Las pocas palabras que dijo –esas si las recordaré, las recordaré tanto y tantas veces que no las diré jamás- no cabían en la maleta, las guardé yo, quedaron en casa, vagan por los cuartos, se cuelan en rincones desconocidos para fluir desde los más diversos frascos de galletas o café y según la forma del envase mutar en mil voces, su única voz, todas las voces. Así se fué.

A veces pienso que también llovía, que era primavera, que desde el enorme ventanal vi su figura fantasmagórica perderse entre las hojas nuevas de los jacarandás, que en el instante mismo en que ya no pude verla un gato maulló, o lloró con ella, y corrí a buscarla pero las vías del tren se la había tragado antes de que yo llegara, no lo sé, a veces pienso muchas cosas; luego llega la noche y las voces que me lo recuerdan todo, para que nunca me olvide cómo se fue, por qué se fue.

miércoles, 25 de julio de 2007

Bye Frank!

Nueve campanadas sonaron antes que él le entregara el anillo y entre el vuelo de cientos de palomas espantadas, ella no pudo negarse, pero tampoco dijo que si. Se apoyó en su pecho y evitó llorar –así había sido la escena final de la película que no terminaron de ver en el autocine-, luego se apartó con calma para, sin llanto pero con ojos lacrimosos decirle que prefería responderle a su vuelta.

Al otro día Frank partió, solo un bolso colgando de su hombro, el uniforme repetido en cientos de Franks que recibían idénticos saludos de pañuelos enamorados desde la estación de tren.

Nueve disparos de salva sonaron antes de que ella arrojara el anillo y entre el vuelo de cientos de palomas espantadas, Esta vez Kate no pudo evitar llorar, frente a los hipócritas pero perfectos pliegues de cientos de banderas que ocultaban miles de Franks que recibían idénticos llantos sosegados por la dulce voz del sacerdote.
Luego, tardía paloma que escapa confusa y millares de simétricas manos arrojan, sobre anillos que jamás usarían, el último puñado de tierra.

Despertares

Hace tres años que dejé de usar despertador. A decir verdad, dos años y trescientas cincuenta y cuatro mañanas. Y jamás volví a quedarme dormido, ni un solo día.
Hace entonces tres años, o a decir verdad, dos años y trescientas cincuenta y cuatro mañanas que me despierto en el momento exacto en que el siete se transforma en ocho en mi reloj digital. Ni un segundo antes, ni un segundo después: en el momento exacto en que el número cambia me despierto.
Flor se levantaba siete y media, pero a mí siempre me costó más; por eso ella antes de irse, a las ocho, me daba un beso y me dejaba un café en la mesa de luz. Hace tres años que ella me dejó, a decir verdad, dos años y trescientas cincuenta y cinco noches. Hace mucho tiempo ya, demasiado, que no bebo café, me sienta mejor el gin (antes de dormir, no al levantarme).
Cuando Flor se fue se lo llevó todo, todo; solo me dejó el inexplicable aroma de sábanas vacías de femineidad que yo intento ocultar con el olor a tabaco de mi propio tabaco.
Ayer no soporte más y la llamé en el instante mismo en que desperté, a las ocho en punto, o a punto de ser las ocho. Me pidió que no volviera a llamar a esa hora, Rubén duerme hasta tarde dijo antes de colgar el tubo.
Por primera vez, volví a dormirme.

viernes, 8 de junio de 2007

Silbido

Llegó al trabajo y saludo con un gesto enérgico de la cabeza. Cerca del mediodía, sus compañeros le preguntaron si iba a seguir silbando toda la mañana con cara de idiota; él no contestó más que con otro silbido y el leve movimiento arriba y abajo de sus hombros. Su jefe, le dijo que lo veía raro, que mejor se tomara el día libre. Se fue.

Tomó el metro en Plaza España y al poco rato se le acercó un hombre de grandes proporciones, que trabajaba en la seguridad del transporte, la mano firme en la tensa correa de su perro, y le dijo que había recibido quejas de sus silbidos y alguna también de su cara de idiota; el perro nada dijo pero olfateó y sin nada para comentar, nada comentó; Lucho no respondió salvo con aquel alegre silbido y el leve movimiento arriba y abajo de sus hombros; al llegar a la estación Diagonal se bajó.

En la calle el día estaba espléndido, entró a un negocio y compró dos postres de crema catalana; con la música saliendo de su boca y rozando en labios ansiosos caminó unas cuatro calles; al llegar a la casa de Erika tocó el timbre y cuando ella le abrió dejó de silbar sólo para preguntarle, aún con cara de idiota: puedo dormir otra vez contigo.

jueves, 7 de junio de 2007

La niña del trigal

Lo recuerdo como si fuera hoy: después del trigal, desnuda en el horizonte, la casa de blancas maderas y tejas renegridas. Florencia se hamaca en una enorme goma que colgaba de un abeto y canta con voz infantil mientras sus zapatitos de preciosos volados arrastraban el barro hasta el cielo; refugiado entre el trigo verde y tierno, yo la espiaba enceguecido. Tardes de sol, espigas y ensoñaciones; cientos de ellas.

Hoy, del trigal florece cemento y se eleva en centenares de torres simétricas. Tras ellas, las maderas blancas de la casa no llegaron a ser amarillentas.
Canturreo un viejo recuerdo, refugiado en mi balcón del 4ºB, la mirada perdida en esa niña canosa que, entre árboles que no son abetos, se mece en su silla de ruedas. Tardes grises, de espinas y recuerdos; cientos de ellas.
Luego vienen mis hijas, me besan la frente y me piden que no sea caprichoso, que vaya al parque a buscar a su madre.
Antes de que anochezca, voy.

viernes, 1 de junio de 2007

Recuerdos del Edén

Entonces abandonaron el bar Edén, que podría no llamarse así pero que ellos, quince años después, recordaban aún con ese nombre, y caminaron por Rivadavia en silencio; la muerte puede aparecer en cualquier esquina, bajarse de un coche, como último sonido la metralla, como última palabra la que no diré, a veces es mejor callar, hay muchas vidas que dependerían de mi muerte, lo peor que podría pasar, si en cualquier esquina aparece la muerte, o si baja de un coche, es que no me mate, que me obligue a vivir al menos hasta que diga las palabras que no diré, lo mejor, si aparece la muerte es que me mate; todo eso pensó Eva antes de llegar a Pedernera y doblar, para recorrer las tres cuadras que faltaban hasta su casa.
Luego él le tomaría una mano, tras ellos la puerta que, cerrada, los separaba de una vasta ciudad que dormía el continuo y hastiado movimiento, el constante y cansado movimiento de la muerte que otra vez no había sido.

Ojos

Ella le contó su vida con los ojos, cuencos ennegrecidos y contundentes. En sus labios, una sonrisa falsa ocultaba una falsa sonrisa.
Nada dijo. En los cuencos cientos de miles de rostros, pasillos de facultades, nombres, hombres, un hombre, papá y mamá, más mamá que papá.
Ella le contó su vida con los ojos, pero a él no le alcanzaba y aplicó la picana una vez más, y otra, y otra, luces que parpadean y ojos que quedan inmóviles, fijos en la mancha de humedad dentro de sus cuencos ahora vacíos.

jueves, 24 de mayo de 2007

Mujer práctica

Para su primer aniversario, le llevó una caja llena de regalos: viento color carmesí, una palabra que nadie había pronunciado antes, noventa y nueve zapatos de un ciempiés rengo, la lágrima de un hada tuerta, el sonido de uno de sus besos guardado en un pote de mermelada, una vieja mirada perdida que sólo él pudo encontrar y una plancha a vapor de acero inoxidable.
Una semana después, ella había guardado la plancha y el resto lo llevó a la tienda y lo cambió por una moderna tabla de planchar. El siguiente aniversario ya no lo festejaron.

viernes, 18 de mayo de 2007

Necrológicas

Ahmed fue a su propio entierro de riguroso luto. Su esposa le preguntó:
-¿Te gustó la ceremonia?
-Me gustó lo que dijiste, en algún momento me vi tentado a reírme pero no hubiera quedado bien desde el féretro.
-Vino tu hermano ¿lo viste?
-Si. Fui a hablarle, pero el idiota me ignoró como siempre.
-No seas mal pensado, tal vez él sí era conciente de que estabas muerto y los muertos no hablan, sólo dejan reproches en la conciencia.
-¿Y entonces cómo es qué vos sí me hablás?
-Que se yo, será porque llevo tantos años muerta que necesitaba hablar con alguien.

Entonces, por fin, Ahmed pudo llorar la muerte de su esposa, ella volvió a callar, ahora para consolarlo.

jueves, 17 de mayo de 2007

El revés de la última ola

Gastón pasa las yemas de sus dedos por la imagen detenida en la fotografía ahora amarillenta, acaricia los ojos de su madre y piensa que si ella lo hubiera visto una sola vez, tan sólo una, esos ojos no serían tan esquivos; una sensación helada recorre su cuerpo, la sangre se detiene, los ojos se apagan y se va la vida porque él no aparece pero se intuye vestido de muerte, y entonces ella se extingue sin palabras, él llora su culpa pero ella callará por siempre el nombre de su asesino.

La última ola

Tres meses y cuatro días demoró en terminar la pequeña bufanda. Lo hizo cuando sobre el borde derecho, a doce centímetros de los flecos multicolores, bordó con esmero el nombre que sus labios no pronunciarían jamás; luego la dobló en tres partes, comenzando por la izquierda y de modo que el nombre quedara visible en la parte superior para con gélidas y blancas manos dejarla en la caja; ahora si, la caja quedó completa: dos escarpines, un conejo que guardaba desde su propia infancia hecho de retazos de tela, la colonia con aroma a bellotas y miel y doscientas sesenta y tres cartas encerradas en doscientos sesenta y tres sobres. Por último, acercó sus labios resecos al gélido y blanco rostro que, desde lo profundo de la caja silenciaba sus sueños, lo besó, colocó la tapa sin ninguna prisa y sin prisa ninguna arrastró sus pies por la arena, los mojó en la orilla, atravesó la primer ola tímida, la segunda y todas las que le siguieron hasta desaparecer muy cerca de un horizonte que se había apagado muchas olas antes.

viernes, 11 de mayo de 2007

Lejos

Cuando hubo dado el quinto paso por entre la hojarasca, se detuvo. Sintió el crujir de la última hoja aplastada bajo su suela y de inmediato, la necesidad implacable de un paso más, un nuevo crujir y otro paso, hojas que explotan y se deshacen a media que él avanzaba. Después llegaría el verano y entonces él pudo acostarse a descansar: estaba muy lejos de casa.

Desencuentro

Dos cosas no quiso decirle: una la calló, la otra la dijo entre dientes.
-¿Qué dijiste? preguntó ella.
-Nada, respondió él mientras esquivaba su mirada.
Luego ya no se hablaron; ella le tomó sus manos y él no se opuso pero pidió la cuenta.

Caminaron hasta su casa, la de ella; en la puerta hubo besos que recordaban besos mucho más antiguos.
-¿Me vas a llamar?, preguntó ella.
-Mañana, dijo él.
Y mañana, que fue hoy pero se volvería ayer él llamo pero sólo atendió un contestador que decía: sí que entendí lo que dijiste.

domingo, 6 de mayo de 2007

Historias contadas

La cosa va más o menos así:
Ella, cada vez que todos salen se va; él no puede dejar de pensar en ella, y piensa en ella porque no está.
Esa noche ella no se va, entonces él no piensa en ella sino que tiene que hablarle; pero para que él pueda hablarle, debe esperar que ella deje de hablar con ese, con aquel, y después con el otro más el amigo del otro, entonces sí, él puede hablar con ella.
Pero claro, tampoco es fácil hablar con alguien que sólo había sido pensado y que, aún real, se asemejaba a una fantasía, entonces mientras ella hablaba con todos aquellos que no eran él, él bebió, tomó, fumó y todas las cosas que lograran hacer que ahora que ella estaba allí, él estuviera muy lejos.
Cuando por fin llego su turno, dijo las cosas que solo debía insinuar, con crudeza de sushi y contundente como una derecha de Tyson. Ella se sorprendió, o se hizo la sorprendida que es la mejor manera de no responder a nada, y si algo dijo, él no lo escuchaba porque solo podía oír su sinceridad desbordada.
Él: así que tenés novio? Y por que nunca viene con vos?
Ella: si hace un año, pero lo habíamos dejado hace unos meses y ahora volvimos, es que es muy posesivo (explicación sobre grados de posesión)
Él: bueno, sabemos que no va durar esa historia…
Ella: ya se…
Luego, mientas todos salían del bar, él se las arregló para perderse del grupo junto con ella, y mientras caminaban buscando a todos, continuó diciendo aquello que se dice una vez y luego se maldice mil veces, que sentía lo que sentía, y que se quedaría para siempre en este pueblo sólo por ella y cosas que no recordó luego para contarlas pero que, a pesar de no tener que decirlas, eran todas verdades.
Hasta que encontraron al resto, entonces ella dijo que ya debía irse, y tan rápido como lo dijo se fue.
Él no pudo dejar de pensar en ella, y piensa en ella porque no está. Otra vez era real.

sábado, 5 de mayo de 2007

Dorada

La primera vez que le besé los pies su sonrisa era dorada. Ella fingió ignorarme mientras continuaba mirando el horizonte de nubes anaranjadas. Sólo se escuchaba su respiración, apenas mas intensa que aquel mar mediterráneo que vencía la costa; yo preferí callar y ella me escuchaba en silencio.
Pero cuando me miró, ojos que indagan ojos y se pierden en ellos, también callé aquello que debí susurrar.Luego vendría el viento de nubes anaranjadas, pronto purpúreas, violáceas, y todo, salvo su sonrisa dorada, se haría noche.