miércoles, 25 de julio de 2007

Bye Frank!

Nueve campanadas sonaron antes que él le entregara el anillo y entre el vuelo de cientos de palomas espantadas, ella no pudo negarse, pero tampoco dijo que si. Se apoyó en su pecho y evitó llorar –así había sido la escena final de la película que no terminaron de ver en el autocine-, luego se apartó con calma para, sin llanto pero con ojos lacrimosos decirle que prefería responderle a su vuelta.

Al otro día Frank partió, solo un bolso colgando de su hombro, el uniforme repetido en cientos de Franks que recibían idénticos saludos de pañuelos enamorados desde la estación de tren.

Nueve disparos de salva sonaron antes de que ella arrojara el anillo y entre el vuelo de cientos de palomas espantadas, Esta vez Kate no pudo evitar llorar, frente a los hipócritas pero perfectos pliegues de cientos de banderas que ocultaban miles de Franks que recibían idénticos llantos sosegados por la dulce voz del sacerdote.
Luego, tardía paloma que escapa confusa y millares de simétricas manos arrojan, sobre anillos que jamás usarían, el último puñado de tierra.

Despertares

Hace tres años que dejé de usar despertador. A decir verdad, dos años y trescientas cincuenta y cuatro mañanas. Y jamás volví a quedarme dormido, ni un solo día.
Hace entonces tres años, o a decir verdad, dos años y trescientas cincuenta y cuatro mañanas que me despierto en el momento exacto en que el siete se transforma en ocho en mi reloj digital. Ni un segundo antes, ni un segundo después: en el momento exacto en que el número cambia me despierto.
Flor se levantaba siete y media, pero a mí siempre me costó más; por eso ella antes de irse, a las ocho, me daba un beso y me dejaba un café en la mesa de luz. Hace tres años que ella me dejó, a decir verdad, dos años y trescientas cincuenta y cinco noches. Hace mucho tiempo ya, demasiado, que no bebo café, me sienta mejor el gin (antes de dormir, no al levantarme).
Cuando Flor se fue se lo llevó todo, todo; solo me dejó el inexplicable aroma de sábanas vacías de femineidad que yo intento ocultar con el olor a tabaco de mi propio tabaco.
Ayer no soporte más y la llamé en el instante mismo en que desperté, a las ocho en punto, o a punto de ser las ocho. Me pidió que no volviera a llamar a esa hora, Rubén duerme hasta tarde dijo antes de colgar el tubo.
Por primera vez, volví a dormirme.