miércoles, 25 de julio de 2007

Despertares

Hace tres años que dejé de usar despertador. A decir verdad, dos años y trescientas cincuenta y cuatro mañanas. Y jamás volví a quedarme dormido, ni un solo día.
Hace entonces tres años, o a decir verdad, dos años y trescientas cincuenta y cuatro mañanas que me despierto en el momento exacto en que el siete se transforma en ocho en mi reloj digital. Ni un segundo antes, ni un segundo después: en el momento exacto en que el número cambia me despierto.
Flor se levantaba siete y media, pero a mí siempre me costó más; por eso ella antes de irse, a las ocho, me daba un beso y me dejaba un café en la mesa de luz. Hace tres años que ella me dejó, a decir verdad, dos años y trescientas cincuenta y cinco noches. Hace mucho tiempo ya, demasiado, que no bebo café, me sienta mejor el gin (antes de dormir, no al levantarme).
Cuando Flor se fue se lo llevó todo, todo; solo me dejó el inexplicable aroma de sábanas vacías de femineidad que yo intento ocultar con el olor a tabaco de mi propio tabaco.
Ayer no soporte más y la llamé en el instante mismo en que desperté, a las ocho en punto, o a punto de ser las ocho. Me pidió que no volviera a llamar a esa hora, Rubén duerme hasta tarde dijo antes de colgar el tubo.
Por primera vez, volví a dormirme.

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