miércoles, 21 de mayo de 2008

Vuelta a casa

En el pueblo nadie se acordaba de él. Se había ido hace cincuenta años en un barco que partía de Vigo y del que nunca supo el nombre. Al partir tenía diez años y los recuerdos necesarios para atesorar de por vida.
De aquella tarde recuerda que su madre le dio un pañuelo para que sacudiera al despedirse y que prometió, mientras agitaba su mano, que más pronto que tarde volvería a su tierra.
Tardó cincuenta años, tres hijos y varios negocios en quiebra pero cumplió su promesa. Cuando pisó las playas suaves de Coruña, cada detalle de su niñez apareció frente a él y entonces vagó por las calles de antaño para pisar las baldosas que ocultaban sus viejas pisadas en la tierra, habló con vecinas y dueños de bares, hombres viejos que nada sabían de él. Que había nacido allí nadie lo recordaba, que su familia fue dueña de medio pueblo le parecía una mentira de las que, a fuerza de repeticiones, se había creído y que un día Franco desfiló por una de esas calles y él, con sus ocho años rojos, le tiró un tractor de madera parecía ahora una fantasía inventada.
Al otro día rehizo su maleta y volvió a Buenos Aires, su tierra, la de toda su vida, tres hijos, varias quiebras y baldosas gastadas por sus suelas gallegas.

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