sábado, 10 de mayo de 2008

Tren fantasma

Hace años que papá está sentado en la puerta de casa. Allí lo veo en las mañanas ventosas de agosto, bajo el sol abrasador del verano, escondido en la bruma siempre lenta que lo acaricia en los siempre lentos días de octubre, en el desdén de la lluvia que se repite con intermitencia los primeros días de septiembre para dejar un olor más verde a todo lo verde. Allí está papá siempre. Hace años que dejó de hablar, desde que ya no tuvo nada que decir. Sólo mira y espera. La vista fija en los viejos rieles que ahora sólo transportan las travesuras de niños que faltaron al colegio, el oído atento al sonido lejano de una locomotora que nunca volverá pasar. Allí está papá, chupando el centésimo mate del día, en el mismo lugar donde vio partir la última locomotora. Y como allí está papá, allí estoy yo, que aprovecho su silencio para quedarme en silencio. El jamás me contó, porque hace años que calla, la historia de los ferrocarriles, de cuando fueron el progreso, antes de olvidarse de este pueblo ahora en ruinas. Por eso yo nunca pregunto nada sobre aquello, por eso yo no espero nada más que a la luna que viene después del sol. Papá no me dice nada, calla y espera. A veces, a las 12:17, la hora exacta en que su tren vuelve a no pasar, tan sólo llora. pero eso es sólo a veces.

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