jueves, 17 de mayo de 2007

La última ola

Tres meses y cuatro días demoró en terminar la pequeña bufanda. Lo hizo cuando sobre el borde derecho, a doce centímetros de los flecos multicolores, bordó con esmero el nombre que sus labios no pronunciarían jamás; luego la dobló en tres partes, comenzando por la izquierda y de modo que el nombre quedara visible en la parte superior para con gélidas y blancas manos dejarla en la caja; ahora si, la caja quedó completa: dos escarpines, un conejo que guardaba desde su propia infancia hecho de retazos de tela, la colonia con aroma a bellotas y miel y doscientas sesenta y tres cartas encerradas en doscientos sesenta y tres sobres. Por último, acercó sus labios resecos al gélido y blanco rostro que, desde lo profundo de la caja silenciaba sus sueños, lo besó, colocó la tapa sin ninguna prisa y sin prisa ninguna arrastró sus pies por la arena, los mojó en la orilla, atravesó la primer ola tímida, la segunda y todas las que le siguieron hasta desaparecer muy cerca de un horizonte que se había apagado muchas olas antes.

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